Yo no soy nada, o quizás algo
el que se resiste a lo días,
como el viejo taciturno en el bar,
chorreando la última copa de vino,
bajo el último acorde melancólico del piano.
Soy un pez de plata o un árbol que se deshoja.
Soy manos, ojos, orejas y zapatos.
Soy noche en el umbral del recodo,
o ráfaga de aire tibio en los días del estío.
Soy, mucho o nada o poco o quizás esto,
pero ya es algo.
Sin mi latidos y sin mis huesos.
Soy todo, sin nada que sea todo,
por eso sé, que soy algo.
Una brisa, un viento o una nave en el mar,
una rama desprendida del último otoño.
Unos lentes ópticos colgados en los libros,
de viejas lecturas que ya no extraño
¿Para qué?
Mejor un verso en la piedra más fría,
una palabra de amor bajo la lluvia,
una flecha tirada al relámpago,
o la brújula que me señala el Sur,
de los cuatro costados del mundo.
Entre catedrales y tumbas
¿Por dónde se va mi vida?
Me inclino sobre el horizonte,
a paso resuelto y mi sombra cómplice,
ella mi fiel compañera,
no esquivó mis manos, ni mis ojos,
Como otros, muchos zorros huidizos,
en el polvo de las calles o el Metro o las avenidas.
El sol sobre mi cabeza y la luna de noche y,
mi copa de vino, alzada a la izquierda del Poniente,
arrebolado, éxtasis en las vicisitudes del recodo.
A pesar de no ser nada, algo en esta nada soy.
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